sábado, 31 de agosto de 2013

EL SACRIFICIO DEL VIEJO PASTOR



También yo fui niño, hace ya muchos años, muchísimos. Tantos, que me cuesta recordarlo. Lo que si recuerdo es a un viejo pastor que vivía en una majada cerca del pueblo. Su casa era un chozo hecho de juncos, sus compañeros dos perros mastines blancos y una perrita negra, chiquitina y ladradora, que es la que corría tras la manada de ovejas. Entre la blancura de los animales lanudo destacaban las cabras negras y coloradas que formaban la piara. De noche encerraba el ganado en un redil hecho de cuerdas y estacas de madera. Y por la tarde tomaba un cubo y ordeñaba las cabras. Esta buena la leche recién ordeñada, aquella que todas las tarde me daba el viejo pastor.

Era mi amigo, eso decía yo a quien me preguntaba. Cada tarde yo iba a la majada, y con curiosidad y en silencio, seguía atentamente todo lo que hacía el pastor. Como amasaba la comida de los perros, una especie de harina gorda y agua. Como hacia el queso, prensándolo con las manos en cinchos de madera de higuera.

Cuando terminaba la faena de la tarde se quedaba sentado en el tronco de encina, recostado al chozo. Pensativo un momento, luego se llevaba la mano al bolsillo del chaleco y sacaba una petaca y un librito de papel, y despacio, disfrutando el momento, liaba un cigarro. Se lo ponía en la boca, y de otro bolsillo del chaleco sacaba el eslabón, la piedra y la yesca, que empezaba a arder con las chispas que saltaban del eslabón y la piedra. Y de esa forma, mágica para mí, encendía el cigarro.
Y ahí lo dejaba mirando el cielo, esperando las estrellas, que le contarán algún secreto. Con la perrita negra a sus pies, único testigo de la soledad que bañaba sus pensamientos.

domingo, 18 de agosto de 2013

A Los Amigos vale recordarles que ellos son responsables


Un hombre, que regularmente asistía a las reuniones de Amigos, sin ningún aviso dejó de participar en sus actividades. Después de algunas semanas, un Amigo de aquel grupo decidió visitarlo. Era una noche muy fría.

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